jueves, 25 de marzo de 2010

Celebración de la primavera

Según la mítica leyenda, Prosérpina (o Perséfone para los griegos), fue raptada por el dios de los infiernos y convertida en su esposa a la fuerza. Reclamada por su madre, la justicia divina decretó con una decisión salomónica que la hermosa joven debía pasar la mitad del año en el mundo subterráneo con su esposo y la otra mitad en la superfice de la tierra junto a su madre Ceres (o Deméter, si se prefiere el nombre griego de la diosa de la hogaza de pan). 

Cuando Prosérpina volvía a los brazos de su madre, esta se alegraba de tal manera que la tierra florecía toda. Prosérpina era la semilla que debía ser enterrada y, una vez muerta, renacer todos los años por las mismas fechas en un ciclo de retorno eterno de lo mismo y no lo mismo.

Para celebrar su llegada, que es la llegada de la primavera, la misma siempre y nunca la misma, compuso el poeta Quinto Horacio Flaco esta célebre oda, la séptima del libro cuarto de las odas del más clásico de los líricos clásicos, considerado uno de los poemas más bellos de la antigüedad, que plantea el tema del carpe diem.


Diffugere niues, redeunt iam gramina campis
arboribusque comae;

mutat terra uices et decrescentia ripas
flumina praetereunt;

Gratia cum Nymphis geminisque sororibus audet
ducere nuda choros.

Inmortalia ne speres, monet annus et almum
quae rapit hora diem.

Frigora mitescunt Zephyris, uer proterit aestas,
interitura simul

pomifer autumnus fruges effuderit, et mox
bruma recurrrit iners.

Damna tamen celeres reparant caelestia lunae :
nos ubi decidimus

quo pater Aeneas, quo diues Tullus et Ancus,
puluis et umbra sumus.

Quis scit an adiciant hodiernae crastina summae
tempora di superi ?

Cuncta manus auidas fugient heredis, amico
quae dederis animo.

Cum semel occideris et de te splendida Minos
fecerit arbitria,

non, Torquate, genus, non te facundia, non te
restituet pietas;

infernis neque enim tenebris Diana pudicum
liberat Hippolytum,

nec Lethaea ualet Theseus abrumpere caro
uincula Pirithoo.




Se han derretido las nieves, retorna ya al campo la hierba
y a la arboleda la flor;

cambia la tierra su aspecto y los ríos disminuyendo

vuelven sus cauces a ver.


Gracia con Ninfas y dos hermanas osa desnuda

pasos de baile danzar.


Nada esperes, te dicen el año y la hora que el día

vívido roba, inmortal.


Fríos amainan con brisas, a mayo lo arrolla el estío

que ha de morir una vez


que haya Otoño frugal derramado sus dones, y luego
vuelve el invierno haragán.


Pero las rápidas lunas reparan los daños del cielo:

Cuando bajamos allá

do el padre Eneas y el rico Tulo y Anco, ceniza
vamos y sombras a ser.

¿Quién sabe si añadirán a la suma presente futuras

horas los dioses aún?


Todo lo que has dado a tu alma querida a ávidas manos

de un heredero irá.


Cuando a tu vez hayas muerto y Minos brillante sentencia
haya dictado de ti,


no te van, Torcuato, a salvar ni linaje ni labia

ni tu religiosidad;


que en las tinieblas de la ultratumba ni Diana libera

casto a su Hipólito, ni
tiene Teseo el poder de romper las cadenas letales
de su Pirítoo fiel.



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