sábado, 23 de noviembre de 2013

Un alejandrino

Muchas son las resonancias que el nombre del gran Alejandro puede traernos a la cabeza; una de ellas es una de las ciudades que fundó y que bautizó con su nombre, Alejandría en Egipto, la más importante de la antigüedad, a la orilla del Mediterráneo, en el delta del Nilo, célebre porque en el islote de Faro junto al puerto de la ciudad al que estaba unido por un puente  se alzaba una de las siete maravillas del mundo antiguo: la torre de Faro, un alto torreón que era una referencia imprescindible para la navegación, no sólo de día, sino principalmente de noche, dado que se encendía un fuego cuya luz se proyectaba con cristales reflectantes para orientar a los barcos en la oscuridad.

El faro de Alejandría no se conserva, pero la luz del nombre propio de la isla ha pervivido y brilla en las lenguas de nuestro entorno grecorromano como nombre común de todos los faros (en castellano e italiano faro, en catalán far, en portugués farol, en francés phare, en rumano farul y en griego moderno faros). No sucedió lo mismo en las lenguas germánicas: en alemán el faro se llama Leuchtturm ("torre de luz") y en inglés lighthouse ("casa de luz"). En castellano, además, del nombre del faro deriva también el farol y toda su prolífica familia de farolas, farolillos y faroleros, que son los que hacen alarde de farolería marcándose un farol o faroleándose.

Fotograma de la película Ágora (2009) de A. Amenábar, donde se ve la espalda de Hipatia de Alejandría, interpretada por Rachel Weisz,  y de fondo una simulación del famoso faro.

Otra de las reminiscencias del nombre de Alejandro es la de esta viñeta de Astérix:
 En ella, el druida Panorámix saluda a un egipcio y lo presenta al poblado como un alejandrino, pero la expresión tiene un doble sentido porque la frase que pronuncia el egipcio "Estoy, querido amigo, muy contento de verte" es un verso alejandrino de catorce sílabas, perfectamente dividido en dos hemistiquios de siete sílabas cada uno, es decir, en dos heptasílabos: "Es-toy-que-ri-doa-mi-go" y "muy-con-ten-to-de-ver-te".

¿Cómo es posible que un verso de arte mayor como este de catorce sílabas lleve el nombre de Alejandro? Muy sencillo: Su nombre proviene de un poema épico francés del siglo XII titulado Roman d´Alexandre, que narraba la vida y las gestas de Alejandro Magno, y que utilizaba por primera vez en la historia de la literatura este tipo de verso, que surgió en la lírica latina medieval por emparejamiento de dos hexasílabos con ritmo yámbico, es decir con acentos en las sílabas pares: 2ª, 4ª y 6ª.

Se puede considerar también que el alejandrino es una variante del verso antiguo de la tragedia clásica griega de Sófocles, por ejemplo, que es el trímetro yámbico, partido por la mitad contra la tradición clásica, que lo prohibía, lo que lo subdivide en dos hemistiquios de seis sílabas cada uno con marcas rítmicas en las sílabas pares, repitiendo por así decirlo el tictac del reloj seis veces: tic-tác tic-tác tic-tác // tic-tác tic-tác tic-tác.

(En principio, dicho sea entre paréntesis, las sílabas que marcan el ritmo entre nosotros son las sílabas tónicas, y las átonas las que no lo marcan pero el ritmo puede recaer en una sílaba átona y, al contrario también,  una sílaba tónica puede no marcarlo y caer a contratiempo, lo que lejos de estropear el verso, sirve para enriquecerlo y evitar la monotonía,  elementos con los que juegan consciente o inconscientemente los poetas).  

Si procedemos a contar las sílabas,  nos encontramos con que este verso tiene doce, es decir, es un dodecasílabo, pero en el cómputo español el final agudo de un verso hace que se cuente una sílaba más, por lo que el hexasílabo agudo ("Que-rí-doa-mí-goes-tóy") cuenta como heptasílabo llano ("Es-tóy-que-rí-doa-mí-go"). De hecho, su realización más normal en nuestra lengua, por la abundancia de palabras llanas, sería la siguiente: tic-tác tic-tác tic-tác(tic) // tic-tác tic-tác tic-tác(tic). Si contamos ahora las sílabas nos encontramos ya con dos heptasílabos, es decir, con un verso en total de catorce sílabas, como por ejemplo, este de Berceo: "Tú mucho te deleitas // en las nuestras pasiones".


Este verso fue cultivado en nuestra literatura castellana por el mester de clerecía. A partir del siglo XVI se convertirá el alejandrino en el verso por excelencia de la tragedia neoclásica francesa de un Corneille o un Racine,  renaciendo entre nosotros en el romanticismo por influencia francesa, otra vez, y alcanzando su madurez a finales del siglo XIX y comienzos del XX, con el modernismo y Rubén Darío, por ejemplo en el comienzo de su célebre Sonatina ("La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?") o en Machado ("Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla"). A lo largo de su historia, por lo tanto, el alejandrino ha sido utilizado en la poesía épica, en la dramática y en la lírica.

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